viernes, abril 19, 2024

¿Qué se dijo de Tesla en el siglo XIX?

Señor de Cascales
Señor de Cascales
Señor de Cascales, Poeta-Escritor e Investigador Histórico.
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El mundo anda fascinado con el gran inventor Tesla, pero desde no hace muchos años. Desde que lo dieron a conocer, ¿después de silenciarlo?

Hará unos escasos veinte años que Nikola Tesla goza de fama y reputación por todos gracias a que se mostraron, y reconocieron, muchos de sus inventos. Desde entonces es idolatrado. Antes nada de nada… casi un siglo de olvido acalló sus inmensos aportes a la Ciencia.

Y sin entrar en debates del porqué se enmudeció todo lo relacionado con el señor Tesla durante largo tiempo después de su muerte, e incluso ya antes apartado del mucho o poco reconocimiento que llegó a gozar en su época, vayamos con unas líneas que leeremos a continuación que serán las justas para hacernos una idea fiel de lo que se dijo (escribió en este caso) sobre él durante un periodo de su vida.

Leamos, pues:

Tesla en el Siglo XIX

¡Y los explosivos, la ciencia los crea!

Pero la ciencia no sólo crea el explosivo; sino que quizás dentro de algunos años los dirija desde lejos por manera infalible.

Nos sugiere estas reflexiones, caldeadas al recuerdo de nuestros desastres, las noticias que dan algunos periódicos científicos de cierto invento debido al eminente electricista Tesla, del cual muchas veces hemos hablado en estas crónicas.

El invento es todavía misterioso. Se dice a qué tiende; se anuncian algunos de sus efectos; pero no se explica cómo sea y en qué consiste.

Sin embargo, poca electricidad necesita saberse para no comprender que, al menos en teoría, es posible, y para no adivinar alguna de las soluciones teóricas del problema planteado por el eminente físico húngaro, pues húngaro o austríaco es el inventor.

Si el invento se realiza -y los antecedentes científicos de Tesla son una garantía segura de que se trata de una idea seria y no de un desatino fundamental- las fuerzas de dos naciones, una muy fuerte, otra muy débil, podrán quedar niveladas en gran parte. Las poderosas escuadras de acorazados vendrían a ser como los caballeros cubiertos de hierro, de la edad media ante los mosquetes de la infantería.

La ciencia de los explosivos como fuerzas brutales, ante las que no resiste el mayor acorazado, y la ciencia eléctrica dirigiendo la acción de estos explosivos desde 15 ó 20 kilómetros de distancia, serían adelantos prodigiosos en el arte de la guerra naval. Tal vez a alguien se le ocurra que el invento de Tesla, si al fin se realiza en condiciones prácticas y en gran escala, si pasa, en suma, de las experiencias del gabinete a las revueltas llanuras de los mares, sólo podrá ser útil al pueblo que posea el secreto de la invención.

Pero, en estos tiempos en que la difusión de las ideas es tan poderosa, no hay secreto posible, y bien pronto la admirable invención del Ingeniero húngaro llegaría a todas partes y a todas las naciones, a las fuertes y a las débiles.

Hasta ahora, nadie ha revelado el secreto; pero basta formular el problema para que todo electricista de profesión, y aun todo aficionado, se empeñe en resolverlo.

Es más: sin conocer el procedimiento de Tesla, sin tener la menor idea de los resortes ocultos del secreto, ocurren, al menos en el terreno de la teoría, varias soluciones.

Porque el problema es este.

Desde una costa, o, más en general, desde un buque y en alta mar, dar rumbo, y, por lo tanto, dirección a otra nave grande o pequeña, pero convenientemente dispuesta, que se encuentre a 14 o 15 kilómetros de distancia del buque director o de la costa.

En suma, desde muchos kilómetros de distancia, manejar el timón de una embarcación cualquiera, en la cual ni hay soldados, ni marinos, ni marineros, ni ser viviente cuya vida corra peligro. No hay más que en el casco la máquina propulsora, aparatos de tiro, aparatos explosivos, es decir, acumulación de fuerzas, y los aparatos eléctricos necesarios para recibir convenientemente influencias magnéticas o eléctricas.

¿Es esto posible? ¿No es esto una novela de las del género de Julio Verne? ¿No es esto un sueño?

En todo caso, si sueño fuera, tales estamos los españoles, que más nos aprovecha soñar maravillas de la ciencia, que revolvernos despiertos entre horribles realidades.

Soñemos, pues.

Pero ¿por qué han de ser sueños? Tesla no es un aventurero de la ciencia. Cuando él anuncia un invento, el invento podrá ser imperfecto, podrá no tener condiciones prácticas, no llegará a donde se supone que llega; sus aplicaciones podrán aplazarse para dentro de diez, de quince, de cien años tal vez; pero en el fondo de la invención hay algo grande, y algo serio; debe darse por seguro.

Y se dio. Sin tardar cien años, antes. En el texto en cursiva recién leído se exponía el principio de casi todo: de casi todo lo inventado o aparecido y aplicado durante el siglo XX, sobre referido a defensa y armamento. Vamos, que desemboca en el Escudo antimisiles, incluso, sostenido en el espacio.

Fin.

Se habló bien y mal, porque tuvo sus detractores: pero también sus defensores y seguidores como D. José Echegaray, ingeniero español que, curiosamente, años después de esta publicación de finales del siglo XIX (sobre 1880) obtendría el premio Nobel… pero de Literatura, de ahí lo de curioso, aunque, evidentemente fue un gran escritor.

Bueno, pues hubo gente que creyó en él; se tuvo fe y se defendió. Pongámonos en el contexto de aquel siglo que no hacía mucho había desaparecido la Inquisición, pero no se perdió la Fe.

Como dijo el propio Echegaray en renglones seguidos de la misma publicación, «Ciencia popular», de la que hemos extraído el fragmento histórico traído a este artículo:

«La ciencia, como la religión, tiene su fe y tiene creencias, adivinaciones, profecías, esperanzas».

«Más al creer en la invención del Ingeniero húngaro no es una fe ciega la que nos anima; no es un derroche de sentimiento: es un resultado la ciencia misma».

Dicho queda.

¿Y el por qué se silenció desde poco antes de su muerte al señor Tesla?

Pues voy a rescatar otra frase del señor Echegaray que lo defendió a toda ultranza: «¿En qué puede aprovechar este descubrimiento á los débiles?, se nos dirá.»

Pues, ‘más queda dicho’… si no todo. ¿Se le secuestró su trabajo para que se beneficiaran unos pocos y así desapareció de la imagen pública la persona que ha cambiado el Mundo? Es posible, el tiempo ya lo ha dicho. Y menos mal que al final se le hizo justicia, muchos años después, con sus interminables reconocimientos en el ámbito de la Ciencia e Investigación… y dándose a conocer muchos (pero quizá no todos) de sus descubrimientos.

La semana que viene, si ustedes gustan, otra pincelada histórica (relacionada o no con los mercados financieros) para que no se haga realidad lo de «el que desconoce su historia está condenado a repetirla»: o, por lo menos, estemos preparados para cuando se la repitan a los demás.

Señor de Cascales, Poeta-Escritor e Investigador Histórico.

Señor de Cascales | Bibliografía

Y, por supuesto, se ha respetado el texto íntegramente sin modificaciones, con sus respectivas reglas ortográficas del español en el siglo XIX.

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