jueves, abril 25, 2024

Aleccionadora escena de un inversor en Bolsa del siglo XIX

Señor de Cascales
Señor de Cascales
Señor de Cascales, Poeta-Escritor e Investigador Histórico.
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El dinero, siempre el dinero. El inversor, no siempre, o el Trader. Siempre -todo y todos- en el Mercado.

Leamos, a continuación, un texto aleccionador sobre un inversor del siglo XIX:

Desdeñando, como era de esperar, los negocios comunes, vio en las operaciones bursátiles el ancho campo adonde podría lucir los grandes recursos de su fantasía. Era precisamente la época en que, recién establecida la Bolsa de Madrid, se convertían a ella todos los conatos de los grandes capitalistas, y cada día servían de objeto a la conversación general las inmensas fortunas realizadas en breves horas por especuladores atrevidos. 

Enrique, el protagonista

Enrique, que había sido testigo de tales portentos en otras capitales, y en cuya imaginación estaba siempre fija la idea de un Rothschild; que contaba con grandes conocimientos en el juego de fondos públicos, y que además podía emprenderle desde luego con un mediano capital, no se descuidó un punto en ello, y desde los principios, sus numerosas y osadas operaciones llamaron a su casa a todos los agentes de cambio, y su firma o endoso fue señal obligada en todos los créditos en circulación. 

En vano su experimentado padre y su prudente hermano, temerosos de tanta fortuna, le exhortaban continuamente en sus cartas a la prudencia, describiéndole este último con los más vivos colores disfrutaba en su medianía, la tranquilidad de su imaginación, las dulzuras de su vida doméstica, el respeto y cariño de sus amigos y convecinos. Enrique se contentaba con responderles el resultado de sus operaciones; que su capital se hallaba cuadruplicado, y que al vencimiento de ciertos plazos esperaba realizar diez tantos más.

Y era así en efecto la verdad; halagado por la pérfida fortuna, que, cuál mujer coqueta, se complace en aturdir y sujetar con sus favores a aquel amante a quien cuenta luego sacrificar, se diría que una estrella favorable presidía a todas sus operaciones, a todos sus empeños. 

Los sucesos públicos, que tanto influyen en el alza o la baja de los fondos, parecía que se modelaban y desenvolvían a medida de su necesidad y de su deseo; si compraba al contado, luego inmediatamente subía el papel; si vendía a plazo, bajaba de precio para que él pudiese cumplir con menos sacrificio. De este modo, en pocos meses llegó a realizar un capital inmenso, capital suficiente a satisfacer otra ambición que no fuera la suya.

Su lujo y sus necesidades crecían, sin embargo, en razón directa de su fortuna; y deseoso de asociar a ella otra por lo menos correspondiente, contrajo matrimonio con una rica heredera, y brilló por un momento con todo el esplendor que él había imaginado en sus sueños orientales.

Si va a decir la verdad, en este estado, al parecer tan dichoso, era el hombre menos feliz que puede imaginarse. Devorado constantemente por deseos superiores a la realidad; entregado día y noche a combinaciones y cálculos complicados; contando las horas que le acercaban a los términos de sus contratos; pendiente de la ruina o de la fortuna de sus co-negociantes; acosado por la multitud de propuestas de nuevos empeños. 

Lanzado en los círculos políticos para calcular más acertadamente los sucesos futuros; agitado, en fin, con el peso de mil compromisos, de mil responsabilidades, de que pendía continuamente su completa fortuna o su desgracia irreparable, su vida era una continuada fiebre, un perpetuo delirio, que ni el sueño podía interrumpir, ni el ruido de los festines alcanzaba a templar. ¡Miserable riqueza la que se compra a costa de la vida, y miserable el mortal que no reconoce término a su ambición!

Pero cuando la prosperidad hubo llegado al suyo; cuando la caprichosa fortuna, dando la vuelta a su rueda, dijo a su protegido: «Hasta aquí llegarás»; cuando todos los medios de su elevación se convirtieron rápidamente en agentes de caída, ¿cómo parar el torrente asolador de mil desgracias, causadas unas por imprudencia, otras por misteriosa fatalidad? Ni ¿cómo pintar el frenesí de un hombre que, mecido hasta allí apaciblemente por las olas, mira estrellarse su bajel a la entrada del puerto, y caer una a una todas las ilusiones de su fantasía?

Psicología del trading

Mucho se ha escrito sobre la psicología del trading y/o del inversor. Quizá demasiado… de lo mismo. Pero más se debería escribir sobre los conocimientos necesarios, y acertados, para tales menesteres: por eso, qué mejor, seguir la información de este portal especializado en finanzas… pues no siempre acompaña la suerte (buena) en todas las operaciones de cualquier mercado.

A la suerte nunca se ha dejar en su mano el tema del dinero, porque hay buena y mala y, además, se alternan. Sí al conocimiento y al autocontrol o tener control por la ambición.

Ahí quedaron las preguntas finales del texto leído en cursiva, recuperado desde el siglo XIX: extraído de «Escenas matritenses» de D. Ramón de Mesonero Romanos… triunvirato del costumbrismo literario, minucioso espectador de aquella sociedad y qué tan bien plasmó en sus publicaciones.

¿Real o invención -o fantasía-? Nos preguntamos, lo escrito por este insigne escritor. Pues como gran observador, así se le calificó por sus biógrafos, seguro que este extracto de su crónica tiene tintes de pura realidad… tal vez de algún caso en concreto: repleto de fantasía de cualquier inversor del siglo XIX (o de muchos) e incluso de ahora.

Para finalizar…

Sea como fuere, y para terminar como nuestra reseña histórica ejemplarizadora, también preguntaremos: ¿La avaricia rompe el saco? Parafraseando un dicho popular. O como también se dice entre los de a pie: «Qué el último millón lo gane otro»… y así, probablemente, es como se puede saber el cuándo parar: con tal proclama irónica que recoge todo lo aquí expuesto en interrogación.

La semana que viene, si ustedes gustan, otra pincelada histórica (relacionada o no con los mercados financieros) para que no se haga realidad lo de «el que desconoce su historia está condenado a repetirla»: o, por lo menos, estemos preparados para cuando se la repitan a los demás.

Señor de Cascales, Poeta-Escritor e Investigador Histórico.

Señor de Cascales | Bibliografía

P.D.: Sí, soy de dichos. Pues si lo dicho queda, decía el sabio; también los Dichos… que lo popular (la experiencia de la calle/vida) también es sabia apotegma.

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